Falleció Robert Redford, el galán que rompió moldes: actor, director y motor del Festival de Sundance, un verdadero revolucionario del cine independiente.
El mundo del cine está de luto: murió Robert Redford a los 89 años, mientras dormía en su casa de Utah. Y no es una noticia más. Porque no se trata solo de un actor famoso que se va, sino de alguien que hizo del cine un espacio más libre y honesto.
Redford nació en Santa Mónica, California, con pinta de héroe de Hollywood. Y lo fue, claro. En los sesenta se metió en la pantalla grande con títulos como Inside Daisy Clover, The Chase o This Property is Condemned. El salto al estrellato llegó con Descalzos en el parque, junto a Jane Fonda, donde ya se intuía que no iba a ser un actor del montón.
Lo suyo fue romper el molde. Era galán, sí, y nunca renegó de eso. Pero lo llevó mucho más allá: derribó el mito de que un galán no podía ser buen actor. Redford convivió con las dos cosas a la vez y lo hizo con estilo: un galán que además era un gran intérprete, un director sólido y el mayor divulgador del cine independiente.
Después vinieron los clásicos. Dos hombres y un destino (1969), al lado de Paul Newman, marcó a toda una generación. El golpe (1973) le dio una nominación al Oscar. Y Todos los hombres del presidente (1976) lo puso en el centro de un cine político y necesario, hablando de Watergate cuando todavía era una herida abierta. Redford tenía carisma de sobra, pero lo usó para incomodar, no para dormirse en los laureles.
La otra cara de su carrera fue la de director. Ahí también brilló con títulos como El río de la vida (1992), Quiz Show (1994) o La leyenda de Bagger Vance (2000). Pero su verdadero legado está en algo que cambió para siempre el panorama: el Festival de Sundance.
Fundado en 1981, Sundance fue su manera de decirle a Hollywood que el cine no podía ser solo negocio y estudios gigantes. Quería un espacio para los que venían de abajo, los que tenían historias raras, distintas, incómodas. Y lo logró. De esas montañas de Utah salieron nombres como Quentin Tarantino, Steven Soderbergh o Paul Thomas Anderson. Lo que empezó como un festival chico terminó siendo la meca del cine independiente.
Redford creía que el cine debía ser eso: autenticidad, riesgo, creatividad. Lo dijo con películas, lo sostuvo con Sundance y lo practicó hasta el final. Murió en calma, sin estridencias, como vivió los últimos años: dejando que hablen sus obras.
Se fue un galán, sí. Pero sobre todo, se fue un tipo que probó que el carisma y el talento no son enemigos, que se puede brillar en la alfombra roja y a la vez pelear por un cine más libre. Y por eso, aunque él ya no esté, su fuego sigue encendido.